viernes, 24 de abril de 2009

BESO NEGADO

Tras la puerta que hay en mi alma un día apareció, y con voz dulce y retadora dijo:

“Puedo llevarte lejos del dolor, de tu tristeza. Puedo llevarte lejos si lo deseas, hacerte vencedor del miedo que devora tus entrañas y del olvido de tus iguales, que son tan diferentes a ti. Puedo librarte del martirio de ver la luz y perderte en la obscuridad. ¡Te vengo a mostrar la libertad!”.

Lentamente me tomó de la mano y me acercó hasta tenerme apresado entre sus brazos. Pude ver de cerca sus ojos, colmados de amor y de soledad, tranquilos y húmedos. Llenos de lágrimas. Después contemplé sus labios tiernos y vírgenes, ansiosos de un beso siempre negado.

El frío que su cuerpo me transmitía, su cabello negro y enredado lo aliviaba y mi mente se perdió entre esa mar de sueños e ilusiones rotas.

Me sentí invadido por una euforia que jamás había experimentado. Comencé a flotar entre mis ropas; dejaba de ser sólo carne y huesos articulados. Era realmente libre, perdí de vista el suelo y el mundo: volaba entre mis fantasías. Una a una se iban haciendo reales y tan densas que tenía que escapar hacia una nueva para acabar siempre en ese mar que curaba todo.

El miedo y los fantasmas de la contradicción estaban muy lejos. Todo parecía ser perfecto, sin dolor ni angustia, sin pena, y el dulce olvido invadiendo cada uno de mis sentimientos. Entonces vi de nuevo sus ojos deseosos de una simple mirada de amor, y sus labios colmados de amargura dulce y tierna. Comencé a acercarme lentamente, queriendo tomar entre mis manos su cara y besarle lleno de agradecimiento; era ella a quien siempre había esperado.

Desde el comienzo de mis días nunca experimenté la felicidad. Nunca, hasta ese momento, había sentido tranquilidad en mi alma y mis entrañas.

En el momento que estaba por rozar sus labios, un golpe en el pecho me derrumbó a sus pies, ella asustada y confundida retrocedió, <<¡No te alejes, no me dejes!>> Gritaba yo angustiado mientras otro golpe sacudía mi corazón. Ella comenzó a correr y, ya sin fuerza para levantarme, sufrí un tercer golpe y me conforme con ver como se alejaba de mí todo lo que me ofreció.

Entonces lo comprendí, había fallado. Sin duda, alguien me vio hundirme en el lago y logró rescatarme; en torno mío escuchaba las voces de los médicos que se felicitaban unos a otros por no permitirme morir.

Desde ese día estoy encerrado aquí, vigilado, preso, esperando el momento exacto para encontrar a mi amada, a esa que los doctores alejaron cuando estaba apunto de besar…

Isaac Romero

Ciudad de México, 2004

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