viernes, 24 de abril de 2009

SEGÚN EL PLAN

Ella entró en la casa y subió la escalera. Era más de media noche. Sabía que él estaría ahí. Prendió el foco del pasillo y entreabrió la puerta de su recámara apenas lo necesario para no tropezar en la penumbra.

El cansancio la hundió en un dulce letargo.

Fijó la mirada en el frasco de pastillas que le había cambiado la noche anterior. Se recostó junto a él y lo abrazó suavemente, como si temiera despertarlo.

Entregada a su ensoñación no le importó la rigidez que mostraban las extremidades de su pareja. Tampoco el amoratamiento de los labios, ni la falta de respiración.

Lo importante era que ella estaba a su lado, esbozando una sonrisa, mientras el calor amable de aquél cuerpo se extinguía lentamente.

Isaac Romero

Ciudad de México, 2005


BESO NEGADO

Tras la puerta que hay en mi alma un día apareció, y con voz dulce y retadora dijo:

“Puedo llevarte lejos del dolor, de tu tristeza. Puedo llevarte lejos si lo deseas, hacerte vencedor del miedo que devora tus entrañas y del olvido de tus iguales, que son tan diferentes a ti. Puedo librarte del martirio de ver la luz y perderte en la obscuridad. ¡Te vengo a mostrar la libertad!”.

Lentamente me tomó de la mano y me acercó hasta tenerme apresado entre sus brazos. Pude ver de cerca sus ojos, colmados de amor y de soledad, tranquilos y húmedos. Llenos de lágrimas. Después contemplé sus labios tiernos y vírgenes, ansiosos de un beso siempre negado.

El frío que su cuerpo me transmitía, su cabello negro y enredado lo aliviaba y mi mente se perdió entre esa mar de sueños e ilusiones rotas.

Me sentí invadido por una euforia que jamás había experimentado. Comencé a flotar entre mis ropas; dejaba de ser sólo carne y huesos articulados. Era realmente libre, perdí de vista el suelo y el mundo: volaba entre mis fantasías. Una a una se iban haciendo reales y tan densas que tenía que escapar hacia una nueva para acabar siempre en ese mar que curaba todo.

El miedo y los fantasmas de la contradicción estaban muy lejos. Todo parecía ser perfecto, sin dolor ni angustia, sin pena, y el dulce olvido invadiendo cada uno de mis sentimientos. Entonces vi de nuevo sus ojos deseosos de una simple mirada de amor, y sus labios colmados de amargura dulce y tierna. Comencé a acercarme lentamente, queriendo tomar entre mis manos su cara y besarle lleno de agradecimiento; era ella a quien siempre había esperado.

Desde el comienzo de mis días nunca experimenté la felicidad. Nunca, hasta ese momento, había sentido tranquilidad en mi alma y mis entrañas.

En el momento que estaba por rozar sus labios, un golpe en el pecho me derrumbó a sus pies, ella asustada y confundida retrocedió, <<¡No te alejes, no me dejes!>> Gritaba yo angustiado mientras otro golpe sacudía mi corazón. Ella comenzó a correr y, ya sin fuerza para levantarme, sufrí un tercer golpe y me conforme con ver como se alejaba de mí todo lo que me ofreció.

Entonces lo comprendí, había fallado. Sin duda, alguien me vio hundirme en el lago y logró rescatarme; en torno mío escuchaba las voces de los médicos que se felicitaban unos a otros por no permitirme morir.

Desde ese día estoy encerrado aquí, vigilado, preso, esperando el momento exacto para encontrar a mi amada, a esa que los doctores alejaron cuando estaba apunto de besar…

Isaac Romero

Ciudad de México, 2004